Cómo matar a tu familia by Bella Mackie

Cómo matar a tu familia by Bella Mackie

autor:Bella Mackie [Mackie, Bella]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2021-06-01T00:00:00+00:00


Qué puto cliché.

Él le propuso matrimonio el día de su cumpleaños. No quiero decir con esto que Jimmy no sea espontáneo, pero las personas que proponen matrimonio en fechas señaladas no tienen imaginación. No se me ocurre una ocasión peor para hincarte de rodillas que unas Navidades en familia con tu padre poniendo canciones de Buck’s Fizz desde las once de la mañana. Sophie estaba como loca. Incluso John sonreía de oreja a oreja durante la comida de celebración. La familia Morton estaba invitada, y pronto se rescataron antiguos vínculos familiares alrededor de un cuscús y un bonito surtido de vinos blancos italianos salidos de la bodega de Lionel. Caro estaba con su compostura de siempre, vestida con un mono de seda y presumiendo de anillo solo cuando alguien pedía verlo, con las uñas cortas y sin esmaltar. Jimmy le sonreía a menudo pero estuvo muy callado, la seguía a todas partes y solo hablaba cuando ella le preguntaba alguna cosa.

Hubo un momento gracioso durante la comida, cuando la madre de Caro empezó a hablar de la conmoción que había supuesto la muerte de Bryony Artemis. Todos los presentes se inclinaron sobre la mesa y se pusieron a chismorrear como viejas cotorras de una joven a la que no habían conocido, exponiendo teorías sobre su muerte y comentando lo espantosa que era su familia.

«He oído que pagó cincuenta mil libras al gobierno para intentar que lo nombraran lord. Como si hicieran falta más trepas en la Cámara de los Lores. Los hombres como él hacen que el sistema parezca un circo». Yo los escuché en silencio, sorbiendo mi vino y disfrutando de la hipocresía de aquellas personas, que se creían por encima de los cotilleos procaces pero no se habían divertido tanto en todo el día. La conversación que siguió, sobre la última novela de Ian McEwan, no fue ni la mitad de animada, creedme.

Dos días después de la comida, me derrumbé. Había bajado la guardia, angustiada como estaba por mi plan maestro y por la creciente impotencia que me producía no ser capaz de llegar hasta Simon. Había supuesto, tonta de mí, que dispondría de más tiempo para ocuparme de este problema menor, pero estaba muy equivocada. Quedé con Jim en Southbank, lo recibí con un café y dimos un paseo por la orilla del río. Se puso a acariciarme, pensativo, las pecas del brazo, como hacía cuando éramos adolescentes y nos considerábamos inseparables. Un gesto sin la emoción de las expectativas sexuales, pero de agradable familiaridad. Me llamó «Gray», como en los viejos tiempos, y se metió con mis zapatos nuevos.

—Son un poco cantosos, Gray, los zapatos no tienen que parecer una obra de arte moderno.

Le contesté diciendo que su pañuelo de seda nuevo le daba aspecto de viejo conde italiano y tuvo la prudencia de parecer avergonzado. Los dos sabíamos que el pañuelo lo había elegido Caro. Al cabo de un rato, le pregunté por sus planes de boda, sacando el tema con un tono de despreocupación que resultó demasiado obvio.



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